MORAIMA GUANIPA

[Fragmento de una entrevista realizada por Diego Arroyo Gil a la periodista y docente en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela  Moraima Guanipa, publicada el domingo 04 de abril de 2010 en el cuerpo Siete Días del diario El Nacional]

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–Una de sus preocupaciones recurrentes, como profesora, investigadora y periodista, es el lenguaje. ¿Qué valor le atribuye usted a las palabras?

–Lo han dicho mucho antes y mucho mejor que yo: la palabra es el ser. Somos lo que somos a través del lenguaje. La psicología y la filosofía lo han ratificado. Yo creo que eso adquiere materialidad cuando hablamos, cuando nos expresamos. La palabra, además, en estos últimos tiempos, tiene un elemento que me ha llegado por la tradición, y es eso de tener palabra, de que cuando dices algo y te comprometes, debes cumplir. Ahora, aunque suene contrario a lo que acabo de decir, para mí la palabra también es duda. Me refiero a la duda como un lugar para la reflexión, lo que te permite ir reuniendo un repertorio de palabras propio para entrar en contacto con el otro y estar en el otro. La conciencia de la lengua tiene que ver con esto.

–Pero cuando usted le insiste a sus alumnos, por ejemplo, en eso de tener conciencia de la lengua, ¿a qué se refiere? ¿Se refiere a respeto de las reglas gramaticales?

–No. No sólo me refiero al bien decir. En esto yo sigo a Quintiliano: facultad y virtud, es decir, respeto a la lengua y a su norma. Eso no sólo tiene que ver con el conocimiento de la sintaxis, por ejemplo. Va más allá de eso. Me refiero al respeto a la palabra, a lo que ella contiene. Y en clases hago hincapié en esto porque, sobre todo en el ámbito del periodismo y de la comunicación, el decir público tiene un componente ético. Yo les insisto a mis alumnos en la importancia de decir las cosas bellamente, pero también en la importancia de decirlas atendiendo a la carga ética del acto de decir públicamente.

–¿Y nota interés de los alumnos hacia estas cosas?

–No, y me preocupa mucho. Quizás estamos pagando las deficiencias del bachillerato. Estamos recibiendo estudiantes muy jóvenes, pero también con poca preparación e interés por el idioma. Me llama la atención, entre otras cosas, que cada día el habla coloquial esté más lleno de interjecciones y de palabras medio dichas. No noto una dimensión del respeto a la palabra. Para los estudiantes es un asombro que les digas que en sus textos hay errores. Es como si nunca se los hubieran dicho, como si nunca se les hubiese hecho énfasis en ello; peor aún, como si nunca se les hubiese presentado el cuidado de la lengua como un problema. La falla, además de ostensible, es grave, porque hablar bien es pensar bien. Muchos estudiantes tienen una idea instrumental del lenguaje: les sirve para comunicarse y nada más.

–¿Eso sólo lo observa en los estudiantes de periodismo o también en periodistas en general?

–También en periodistas. Y no creo que sea nada nuevo. Ya en su tiempo Nietzsche se quejaba del lenguaje de los periodistas, y de que los alemanes hablaban el lenguaje de los periódicos. Lo que pasa es que cierta noción del periodismo ha pasado por alto estas exigencias del idioma. Sobre todo por eso de la prisa, por dar la noticia sin adornos, etcétera. Cuando estudiamos se nos dice que hay que escribir con corrección, pero más allá de eso, nada más. Claro, hay páginas refulgentes en el periodismo venezolano, grandes lecciones, pero no es la norma. Yo no digo que el periodista tenga que tener raptos de genialidad idiomática, pero sí debe entender que escribe para acercarse a los otros.

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